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Jacqueline du Pré y la esclerosis múltiple

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No había cumplido cinco años de edad, cuando Jacqueline Mary du Pré se enamoró de los sonidos del violonchelo. La niña había nacido en Oxford (Inglaterra), el 26 de enero de 1945. Era hija de una profesora de piano y de un contable miembro de una antigua familia normanda que mantenía el apellido francés de sus ascendientes, y que tras trabajar varios años en la banca se hizo editor de su propia revista profesional. En cuanto inició su formación musical, Jacqueline dio muestras de unas prodigiosas dotes para la interpretación. Pronto, embelesaba al público por la pasión que transmitía en cada una de sus actuaciones. Con poco más de veinte años su nombre había alcanzado el Olimpo del violonchelo, junto a los de Pau Casals y Mstislav Rostropóvich -por ejemplo- que fueron también algunos de sus maestros. Su interpretación del Concierto para violonchelo y orquesta en mi menor, opus 85, de Sir Edward Elgar, ha quedado para siempre como un referente prácticamente insuperable. Podemos oírla y verla, en esta ocasión, dirigida por el que sería su marido: Daniel Barenboim.

(Vídeo actualizado el 1 de julio de 2015, por haberse suprimido en YouTube el anterior).

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Si, siendo niña, se había enamorado del violonchelo hasta el punto de dedicarle su vida, la joven Jacqueline du Pré, con la misma pasión, se enamoró de Barenboim. Le conoció en 1966. El año siguiente lo abandonó todo para volar a Israel y -tras convertirse al judaísmo- casarse con él a los pocos días de que se diera por finalizada la Guerra de los Seis Días, el 15 de junio de 1967.

Jacqueline du Pré y Daniel Barenboim en una fotografía de Clive Barda (c.1972). National Portrait Gallery (UK)

Jacqueline du Pré y Daniel Barenboim en una fotografía de Clive Barda (c.1972). National Portrait Gallery (UK)

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A Jacqueline du Pré la llamaban entonces “Smiling“, por su fácil y frecuente sonrisa.

Jacqueline du Pré, a la que llamaban

Jacqueline du Pré, a la que llamaban “Smiling”

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Pero, en 1971, comenzó a sufrir pérdida de sensibilidad y dificultades en el movimiento de los dedos. Algo terrible para una chelista. Le diagnosticaron esclerosis múltiple.

La esclerosis múltiple es una enfermedad autoinmune que afecta al cerebro y a la médula espinal. Es más frecuente en mujeres que en hombres. No se conoce su etiología. El diagnóstico es difícil, porque puede manifestarse por múltiples y variables síntomas; pero es importante diagnosticarla lo más pronto posible, pues aunque hasta ahora no tiene cura sí contamos con tratamientos que pueden retardar el progreso de la enfermedad. Desgraciadamente, los medicamentos que hoy se utilizan para tratar la esclerosis múltiple no existían en tiempos de Jacqueline du Pré.

Nos gusta recordarla feliz, divirtiéndose con sus amigos Itzhak Perlman, Zubin Metha, y su amado Daniel Barenboim. ¡Sonriendo!

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Enlaces de interés:

Jacqueline du Pré

Esclerosis Múltiple España

Esclerosis Múltiple. Blog del Dr. Jesús Santiago



Una fotografía… curiosa

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Buscando información sobre otro tema me he encontrado con una fotografía que, inmediatamente, he querido compartir porque me ha parecido interesante, sorprendente y muy muy curiosa… La fotografía pertenece al Banco de Imágenes de la Medicina Española, una magnífica aportación de la Real Academia Nacional de Medicina, con el propósito de que los usuarios que accedan a este servicio puedan “encontrar y visualizar material gráfico relacionado con la Historia de la Medicina española con fines de estudio privado, docencia e investigación”.

En la foto vemos al doctor César Juarros y Ortega (1879-1942), bien acompañado, mientras él, sentado a la mesa (mesita, más bien), contempla con pretendido interés una calavera.

El Dr. César Juarros y Ortega (1879-1942) en buena compañía

El Dr. César Juarros y Ortega (1879-1942) en buena compañía. Cortesía del Banco de Imágenes de la Medicina Española. Real Academia Nacional de Medicina

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Pero ¿quién era el doctor Juarros? Para responder, transcribo la semblanza biográfica que nos ofrece la propia Real Academia Nacional de Medicina, tomada de la obra Académicos Numerarios del Instituto de España (1938-2004), publicada en Madrid por el Instituto de España, el año 2005:

“Médico y Literato. Licenciado en Medicina y Cirugía (1903). Médico, con el número dos de las oposiciones, del Cuerpo de Sanidad Militar (1903). Como Médico Militar estuvo destinado en Africa durante la campaña de Marruecos y, una vez en la península, fue el principal promotor de la creación de los Servicios de Psiquiatría Militar, siendo posteriormente Profesor de Psiquiatría en la Academia de Sanidad Militar y Jefe de la Consulta y del Servicio de Neurología del Hospital Militar; Jefe de la Consulta de Enfermedades Nerviosas y Mentales del III Dispensario de la Cruz Roja; Profesor de Psiquiatría Forense durante quince cursos consecutivos en el Instituto Español Criminológico y Médico Director, por concurso, de la Escuela Central de Anormales. Galardonado con dos Cruces Blancas al Mérito Militar, con el Premio ‘Roel’ de la Sociedad Española de Higiene y ‘Gracias’ de R.O. por el Proyecto para la reforma psiquiátrica en España, Diploma de Gratitud de la Cruz Roja Española y Banda de la República (1936). Diputado por Madrid para las Cortes Constituyentes (1931). Fue un escritor distinguido, publicó más de un centenar de trabajos científicos, de divulgación, literatos[sic], novelas y traducciones que aparecieron ininterrumpidamente a partir de 1906. Ocupó el Sillón Nº 45 de la Real Academia Nacional de Medicina”, en la que ingresó el 7 de marzo de 1929 con un discurso titulado “Modos de ejercer bellamente la Medicina”.

Para quien le interese conocer algunos detalles más sobre don César Juarros y Ortega, le recomiendo que lea los artículos de Pedro Samblás Tilve y Mª Ángeles Tilve Jar, a los que se puede acceder pulsando sobre el nombre de los autores.


“La epidemia de peste en Sevilla de 1649: una visión a través del arte”. Trabajo de Fin de Grado en la Facultad de Medicina de Cádiz de Laura Guerrero Vázquez

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Recientemente, la ya Graduada en Medicina Laura Guerrero Vázquez, sevillana de pro, ha presentado brillantemente en la Facultad de Medicina de Cádiz su Trabajo de Fin de Grado “La epidemia de peste en Sevilla de 1649: una visión a través del arte”, del que he sido tutor.

Después de una completa introducción histórica, en la que trata sobre los orígenes de la peste, las numerosas epidemias que se sucedieron a lo largo de los siglos y su incidencia en nuestro país con especial atención a la ciudad de Sevilla, Guerrero Vázquez se centra en aquella terrible epidemia de mediados del siglo XVII que transformaría radicalmente a la que entonces era una de las ciudades más importantes del mundo.

Vista_de_Sevilla_1660

Vista de Sevilla a mediados del siglo XVII. Colección particular

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Con permiso de la autora, transcribo a continuación la parte final de su trabajo, sólo una pequeña parte, que dice así:


A comienzos del año 1649, las noticias que llegaban desde levante y la localidad vecina de Cádiz, no hacían más que incrementar la preocupación y el temor que pesaba sobre los vecinos. A pesar de la vigilancia de los accesos a la ciudad y las normas establecidas, empezaron a conocerse algunos casos de infectados.

La procesión rogativa del día 20 de enero, no sirvió en esta ocasión para calmar a la población, la tensión era enorme y ésta aumentó al saber que en esos momentos estaba comenzado a quemarse ropa que había llegado a la capital desde los lugares infectados. Pese a la evidencia de que la peste había llegado a Sevilla, las autoridades y los sectores comerciales tendieron a negar su existencia, actitud muy tradicionalmente adoptada durante prácticamente todas las epidemias que han quedado recogidas. En este caso, influenciadas también por la inminente salida de la flota de Indias.

Así transcurrieron los meses de febrero y marzo, entre incertidumbre y frío hasta la llegada de la primavera. Al mismo tiempo que la peste, otros elementos hacen acto de presencia, componiendo un cuadro de lo más escabroso. 1649 fue uno de esos años trágicos en los que se dieron cita casi todas las desdichas imaginables: carestía, climatología extrema, inundaciones… alterando considerablemente la vida de la ciudad durante varias décadas de una forma muy negativa. A finales de marzo se forma un temporal que dura en torno a una semana, aumentando el nivel del río y por consiguiente inundando la ciudad. Por otro lado, el agua que caía de la lluvia quedaba encerrada entre las murallas, impidiendo su salida y empeorando la situación aún más. Al retirarse el temporal, comenzaron las aguas a bajar de nivel muy lentamente, quedando toda la inmundicia que arrastraba depositada en la superficie. Este peligro junto a la presencia del calor de la primavera iba a empeorar aún más este ambiente tan insano y que iba a mermar la salud de la población especialmente la más pobre. Este año 1649 se circunscribe dentro de una gran crisis agraria, agravada por la introducción de cereal extranjero con el consiguiente aumento de su valor. La dificultad de conseguir abastecimiento apropiado cada vez era mayor. En esta situación de extrema necesidad, la población no tenía más remedio que comer alimentos nocivos e insanos para la salud, llegando incluso a comerse peces muertos. Precisamente en los lugares más cercanos al río comenzaron a detectarse los primeros casos de infección que no hicieron sino aumentar la gran mortalidad que ya causaban la escasez de alimentos y las aguas, llegando a un punto en el que no es fácil discernir el porcentaje de muertes achacable a cada proceso.

No obstante, el motivo principal de la mortalidad era la presencia de la peste en la ciudad, como aparece reflejado en la obra Copiosa relación de lo sucedido en el tiempo que duró la Epidemia en la Grande y Augustísma Ciudad de Sevilla, Año 1649, que redactó un religioso agustino para el Reverendísimo Padre General de su Orden:

“Comenzó la gente a morir, si bien el miedo y el deseo atribuían a reliquias de la Avenida esta enfermedad por haber inundado barrios enteros y en particular la Alameda, tanto que se navegaba con barcos. Mas supe yo de buen original, no eran de lo que dan a entender, sino de lo que se temía más.
Y aunque pudo ser esto disposición para la peste, la fundamental y verdadera es que fue epidemia por la malévola influencia de constelaciones que corrieron por todo este meridiano y de planetas que predominaban este año”.

Nos presenta el religioso cronista, en este párrafo de su libro, la cuestión de la causa remota de la enfermedad, que él atribuía a la astrología. Teoría que no estaba reñida con la interpretación religiosa. No obstante a estas alturas ya se conocía la causa más inmediata de contagio a través del contacto con enfermos y sus pertenencias.

Como anteriormente comentamos, los primeros contagios se produjeron extramuros, cerca del río, más concretamente en el barrio de Triana, pudiendo detectarse a la semana siguiente en zonas frontera, en contacto directo con el recinto urbano. El miedo movilizó a la muchedumbre que huía despavorida buscando refugio en el interior amurallado, llevando consigo el contagio. A la vista de tal suceso, las autoridades tuvieron que declarar la existencia del morbo infeccioso en la ciudad.

De nuevo se habilitó el Hospital de la Sangre para acoger a los afectados, haciéndose uso de hasta 18 salas y 1.200 camas para la atención a los enfermos. Los enseres necesarios para su cuidado se obtuvieron gracias a la dotación municipal y la ayuda de instituciones caritativas como la Hermandad de la Misericordia.

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El Hospital de las Cinco Llagas o de la Sangre, en 1668. Dibujo de Pier Maria Baldi

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Antonio de Viana, designado para administrar el Hospital no tardo en sucumbir ante el ataque pestilente, y su sucesor, Juan Peculio, sufrió el mismo final quedando a cargo el mercedario Blas de la Milla, que se dedicaba desde el inicio de la epidemia a dar los sacramentos a todo aquel que se acercara al Hospital. Se encarga por tanto del auxilio espiritual de los enfermos y de organizar los bienes y recursos, quemar las ropas apestadas, enterrar a los difuntos, etc. Disposición suya fue el separar a los enfermos por sexo y a los moribundos de aquellos para los que no se preveía una muerte inminente. En el depósito de aprovisionamiento se guardaban los víveres y medicinas y quedaban depositados los bienes y dineros que los enfermos traían consigo al ingreso. Si fallecían, se usaban para darle sepultura y misa; si se salvaban se les devolvían.

Aunque por fortuna no todos los afectados fallecían, la mortalidad era enorme entre los ingresados y los trabajadores. El número de ingresos era tan elevado que pronto el Hospital se quedó pequeño.

Pintura anónima que muestra a los enfermos y muertos ante el Hospital de la Sangre, en 1649. En la actualidad en el Hospital del Pozo.

Pintura anónima que muestra a la multitud, incluyendo enfermos y muertos, ante el Hospital de la Sangre en 1649. El cuadro se encuentra actualmente en el Hospital del Pozo.

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El espectáculo que se podía observar en el Hospital y sus alrededores fue realmente macabro, como bien nos describe la Copiosa relación…

Al igual que en el brote de 1599-1601, tuvo que abrirse un segundo centro para apestados en Triana, que tampoco tardó en llenarse. El cuadro que observamos en la Macarena y en Triana podía presenciarse en toda la ciudad, en las collaciones humildes y en las ricas, en el centro y en la periferia.

La preocupación y el miedo, el desconcierto y la confusión suscitaron actitudes muy diversas, extremas y radicales: de la histeria a la resignación o del arrepentimiento al desenfreno.

Los médicos y cirujanos se desconcertaban a la vista del curso de la enfermedad y de los resultados de su tratamiento. El que parecía que iba a morir, sanaba; y el que parecía más sano, moría. Los religiosos, como anteriormente comentamos, no se extrañaban de estos descubrimientos, ya que la llegada de la peste la asociaban a la providencia divina. Si esto era así, la única manera de curarse era rezar.

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Guido Reni (1575-1642). Retablo de la peste de 1630 en Bolonia (1631). Pinacoteca Nazionale. Bolonia

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En consecuencia, se sucedieron ayunos, penitencias, oraciones, procesiones y rogativas tanto de manera individual como las promovidas por las hermandades o autoridades. Mayo fue un mes procesional. Sin embargo, los contagios no cesaron; es más, la virulencia aumentó. Ante esto, las autoridades eclesiásticas no tenían otra respuesta más que seguir insistiendo en lo mismo y suplicar piedad a Dios.

El Arzobispado, que mantenía sede vacante, no fue ocupado por Pimentel hasta el fin de la peste (tras la muerte del cardenal Spínola), pero viendo desde Córdoba la situación que en Sevilla se estaba dando, escribía en un edicto:

“El oficio pastoral nos obliga a que no solo cuidemos de la salud espiritual de nuestros súbditos, pero aun también de la corporal, por ser impedimento de la espiritual, pues acontece (mereciéndolo así nuestras culpas y pecados) castigar Dios a su pueblo con alguna enfermedad contagiosa, y por esto es necesario recibir lo Santos Sacramentos, y siendo la enfermedad tan general y de evidente peligro, puede hacer falta de ministros eclesiásticos […] y llegue el tiempo que aunque lo pidan los fieles no hayan bastantes ministros […]”.

Así dispuso que un grupo de eclesiásticos se desplazaran a Sevilla para dar paz y brindar asistencia espiritual a la temerosa muchedumbre que veía tan cercana la muerte.

Tanzio de Varallo (1575-1633). San Carlos Borromeo dando la comunión a las víctimas de la peste (c.1616). Domodossola. Italia

Tanzio de Varallo (1575-1633). San Carlos Borromeo dando la comunión a las víctimas de la peste (c.1616). Domodossola. Italia

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A pesar de esta medida, era imposible satisfacer la gran demanda espiritual que existía y las gentes se amontonaban en las puertas de las parroquias esperando su turno, amaneciendo en los patios y cercanías de éstas cientos de muertos.

Pronto, encontrar lugar para sepultar los cuerpos se convirtió en un angustioso problema. No había espacio libre en las colegiatas, hospitales, conventos, camposantos ni carneros que se habían habilitado, teniendo que abrirse seis nuevos cementerios (Macarena, Triana, Osario, Prado de San Sebastián, Los Humeros y Barqueta). Para dar sepultura a tan gran cantidad de fallecidos se contrataron varias cuadrillas de hombres, que al ser insuficientes acabaron remplazándose por carros fúnebres. Aun así, como ya hemos comentado, no daban abasto y no era nada inusual ver cuerpos tirados en las calles varios días sin poder darles entierro.

Las ropas contaminadas suponían otro gran problema. Desde el inicio del contagio, la población comenzó a tirar a la vía pública todas aquellas vestimentas que pudieran haber estado en contacto con la infección, amontonándose en las calles por falta de efectivos para recogerla. Por ello, se ordenó que cuando los carros estuviesen desocupados, se tratara de recoger los ropajes para destruirlos en las afueras de la ciudad. Pese a esta medida, la ropa seguía acumulándose, constituyendo un verdadero peligro para la salud pública y creando nuevos focos de contagio.

El día del Corpus (4 de junio), que históricamente es y era uno de los días más importantes y festivos de la ciudad careció del esplendor y de la participación que siempre había tenido tanto en el cortejo como por las calles. La huida tras los inicios del contagio, la gran mortalidad y el aislamiento por miedo a enfermar hacían que la despoblación de la ciudad fuera cada vez más evidente. En estas circunstancias tan aciagas se pidió a los regidores municipales, permiso para realizar la procesión de la venerada imagen del Cristo de San Agustín, cuya fiesta se celebraba el 2 de julio. A pesar de las dificultades para poder celebrarla, se autorizó su llegada a la Catedral. A pesar de la escasa participación de religiosos en el cortejo (por haber fallecido gran número de ellos), la afluencia de público aumentó considerablemente en comparación con las anteriores procesiones. Los enfermos habrían las ventanas para verlo pasar, los sanos salían de sus casas e incluso los ciudadanos que habían huido al campo se acercaron a la ciudad.

Cuadro de autor anónimo que muestra otra procesión del sevillano Cristo de San Agustín; pero en 1737, rogando por la lluvia. El cuadro pertenece a la Colección Abelló.

Cuadro de autor anónimo que muestra otra procesión del sevillano Cristo de San Agustín; pero en 1737, rogando por la lluvia. El cuadro pertenece a la Colección Abelló.

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Fue creencia generalizada que la peste remitió por intercesión del Santo Crucifijo de San Agustín. Recordemos que el patrón de la peste, que venía repitiéndose desde siglos atrás consistía en unos meses de mayo y junio muy agresivos con recesión en julio tras perder capacidad de difusión y virulencia. Pero en esta época, no se conocía este patrón de comportamiento, por tanto, el único motivo para ello era la mano divina. Incluso los médicos compartían esta creencia. Pero esto no quería decir que la enfermedad hubiera desaparecido totalmente. No podía bajarse la guardia. Por ello, se potenciaron las medidas de aislamiento de la ciudad, que curiosamente no se habían tomado en cuenta en la época de mayor virulencia del contagio, en parte suponemos por la inmensidad de la situación en la ciudad que hacía imposible controlarlo. Sin embargo, el comercio con el Nuevo Mundo, que había tenido que paralizarse tras la llegada del mal, comenzó a regularizarse dando a entender la importancia que para Sevilla seguía teniendo el contacto con América.

Sabemos que en lo concerniente a la quema de ropas y limpieza en las calles se cumplirían al pie de la letra las disposiciones de las autoridades civiles y sanitarias. Según el Real Protomedicato debía tenerse en cuenta:

“Que a las personas que han padecido contagio no se les permitan los vestidos con que lo pasaron; lávense con cocimientos de yerbas olorosas en vinagre aguado […] la ropa del enfermo o difunto, la de donde enfermó o murió de contagio, indistintamente se quemara, colchones, sabanas, cobertores y otra cualquier ropa que haya tenido, y colgadura de cama, preciosa o no […]”.

“Se procure con todo cuidado la limpieza de calles y plazas de basura y de todo lo que pueda ser sospechoso y nocivo. Importará, para rectificar el aire ambiente y purificar el fomes habitual, encender en plazas y calles moderadamente hogueras de leña olorosa.”

[…]

“Las casas donde hubo contagiados y quien hubiere de entrar en ellas, al efecto se prevenga con un lienzo o esponja mojado en vinagre aguado o alguna agua olorosa, que aplicara el olfato, abiertas puertas y ventanas […] y quienes entren o salgan, después se echarán perfumes de cosas aromáticas, y por ultimo sahumerios de pólvora, que es lo más eficaz para descontagiar y prevenir. Los aposentos, principalmente donde hubo contagiados, se picarán las paredes, suelo y techo […] hecho esto, se enlucirán o enjalbegarán con cal, y quedarán puertas y ventanas abiertas algunos días […] En los hospitales es más necesaria la atención, picando las paredes más hondo y multiplicando los sahumerios de pólvora.”

“Las sepulturas de contagiados no se abran, ni se entierren en ellas otros difuntos en mucho tiempo, y en las zanjas comunes y cementerios […] se eche una tercia o media vara de cal y arena”.

Afortunadamente las tornas estaban cambiando. Conforme avanzaban los días del mes de julio, el ambiente era cada vez más esperanzador. El día 10 cerraba sus puertas el Hospital de apestados en Triana y dos días más tarde se colocaron banderas de salud en el Hospital de la Sangre para celebrar que en los últimos días no entraban más de 4 o 5 enfermos. Éste último, cuyo cierre estaba previsto para las festividades de Santiago y Santa Ana (25 y 26 de julio) no pudo clausurarse por quedar aún en él algunos enfermos. Unos pocos días después, fueron trasladados a las salas de convalecencia, cerrándose definitivamente la sala de enfermería.

Durante todo el mes de agosto, comenzaron a manifestarse con más fuerza las señales de alivio. Así el día 22, se realizó procesión a la Catedral para visitar a la patrona, la Virgen de los Reyes, y dar gracias a Dios por traer la salud a Sevilla. Así siguieron las cosas durante lo que quedaba del verano y el otoño; aunque no fue hasta el día 21 de diciembre cuando se declaró oficialmente la salud de la ciudad.

[…]

Sin duda, esta epidemia de peste fue la mayor catástrofe que en toda su historia vivió la ciudad hispalense. La cifra total de muertos nunca llegaremos a conocerla con exactitud, pues la intensidad y la tragedia de los acontecimientos hacían imposible que pudiera llevarse a cabo una contabilidad precisa. La mortalidad de ambos hospitales fue bastante alta. Sólo en Triana fallecieron unas 12.000 personas, contabilizándose en el Hospital de la Sangre unas cantidades sorprendentes, hasta 22.900 fallecidos de los 26.700 que ingresaron. Como podemos comprobar, la mortalidad del contagio de 1599 queda muy alejada de las cifras de 1649: en Triana de 5.200 personas pasa a 12.000 y en la Macarena de 1.316 a los 22.900. Las conjeturas de los contemporáneos tendían a exagerar el número de víctimas. Si bien es verdad, que la magnitud de las perdidas fueron devastadoras. Ortiz de Zúñiga en sus Anales recogía que en tan solo un mes y medio habían fallecido más de 80.000 y que había días que se rebasaba la horrible cifra de 2.500 muertes. El autor de la Copiosa relación… apuntaba que era más fácil contabilizar a los vivos que a los muertos. En este libro, valiosísimo para la investigación de esta catástrofe epidémica, se recogen datos de las iglesias y comunidades. Por él se sabe que sólo de religiosos habían fallecido unos seis mil. Los cadáveres que fueron enterrados en el Prado de San Sebastián alcanzaban cifras en torno a los 23.000, sin que se tenga conocimiento de cuantos se depositaron en el resto de zanjas que se abrieron para dicho menester. Disponemos también de la mortalidad en dos collaciones, la de San Roque y la de Santa Cruz, con resultados muy distintos; aunque esos datos podrían explicarse por las diferencias de tamaño, localización y estatus social de los que habitaban en ellas. Si realizamos una estimación del número de víctimas mortales por casa, las diferencias apreciadas serían hasta de un doscientos por ciento.

[…]

Realmente, no existen datos ciertos acerca del número de fallecidos. Se han barajado cifras que elevaban la mortandad hasta las 200.000 personas. Actualmente se acepta que la cifra más probable de víctimas debió estar en alrededor de los 60.000 muertos, esto es en torno a la mitad del total de la población sevillana. Según Ortiz de Zúñiga:

[La epidemia de peste de 1649 fue el] “…más trágico suceso que ha tenido Sevilla y en que más experimentó cercana la muy miserable fatalidad de ser destruida”, [ya que], “quedó Sevilla con gran menoscabo de vecindad, si no sola, muy desacompañada, vacías gran multitud de casas, en que se fueron siguiendo ruinas en los años siguientes; […] todas las contribuciones públicas en gran baja; […] los gremios de tratos y fábricas quedaron sin artífices ni oficiales, los campos sin cultivadores […] y otra larga serie de males, reliquias de tan portentosa calamidad.

Entraron en el Hospital de la Sangre veinte seis mil y setecientos enfermos, dellos murieron veinte y dos mil y novecientos y los convalecientes no llegaron a quatro mil. De los Ministros que servían faltaron más de ochocientos. De los Médicos que entraron a curar en el discurso del contagio, de seis solo quedó uno. De los Cirujanos, de diez y nueve que entraron quedaron vivos tres. De cincuenta y seis Sangradores quedaron veinte y dos.”

[…]

Las secuelas de la peste no se limitan exclusivamente a la alta mortalidad ocasionada. El deterioro físico y psicológico de la población y las grandes pérdidas materiales y económicas merecen ser reseñados. A pesar del aumento de matrimonios tras la retirada del mal, comportamiento típico tras una epidemia para solventar la demografía y la soledad, y la relativa recuperación de los nacimientos, no fue suficiente para reponer el gran número de bajas que se habían producido.

Ésta sería la última epidemia de peste bubónica que padecería la ciudad. Pero su impacto fue tan grande que Juan de Valdés Leal (1622-1690), uno de los artistas sevillanos que sobrevivieron a la epidemia, crearía entre los años 1670 y 1672, para la Iglesia del Hospital de la Caridad sus dos obras más conocidas: In Ictu Oculi y Finis Gloriae Mundi.

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Otro artista famoso, el imaginero alcalaíno Juan Martínez Montañés (1568-1649), sería una de las víctimas de la peste.

Durante los siglos posteriores, la ciudad crecería en población y economía aunque muy lentamente. No sería hasta los años veinte del siglo pasado, con la Exposición Universal de 1929, cuando Sevilla crece a una velocidad vertiginosa, con gran cantidad de población rural que emigra a la urbe en busca de trabajo.

La Plaza de España, en Sevilla, lugar emblemático de la Exposición Universal de 1929

La Plaza de España, en Sevilla, lugar emblemático de la Exposición Universal de 1929

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Pero, tras finalizar aquella Exposición Universal, vuelve a caer la población en picado. Quedan núcleos extramuros en chabolas, sin alcantarillado, con un estado de salud similar al de la peste y donde van a reinar las enfermedades. No sería hasta finales de los cincuenta, y durante los sesenta y setenta, cuando se sientan las bases económicas de la que será la Sevilla del futuro, basada en el turismo (sobre todo el religioso) como principal motor económico, viviendo a día de hoy de un legado artístico -en gran parte- de aquella Sevilla próspera anterior a la peste. Cuando Sevilla entra realmente en el siglo XX es a raíz de la Exposición Universal de 1992, muchísimo más tarde que la mayoría de las principales ciudades españolas. No obstante, aquella Sevilla del siglo XVII, aquella ciudad esplendorosa, capital económica y una de las ciudades más importantes del mundo, nunca ha vuelto a ser lo que era, nunca ha llegado a recuperarse de la gran pérdida que sufrió con motivo de la peste de 1649.

Si bien es cierto que Sevilla, desde muchos siglos atrás ha sido una ciudad con gran religiosidad popular, el conocimiento de esta gran catástrofe nos ha hecho cuestionarnos cómo habría evolucionado en este aspecto la población si la epidemia de peste de 1649 no hubiera tenido lugar en la ciudad. ¿Se habría perdido ese fervor? ¿Seguiría tan encendido tal y como está en nuestros días? Probablemente la respuesta a ambas preguntas sea  que no; pero probablemente, la crueldad y el macabro escenario que en aquel año se vivieron y el gran auge religioso que por ello hubo, marcaron a sus habitantes logrando llegar a nuestros días.

Y más allá de Sevilla, si miramos al mundo global, a día de hoy aún existen ciudades e incluso países que están siendo devastados por las enfermedades. Véase el caso del Ébola como triste ejemplo. Hoy día, a pesar del paso de los siglos y de los avances técnicos sanitarios una enfermedad puede cambiar toda la estructura de una sociedad o cultura, a todos los niveles: económico, político, social, demográfico, cultural… Demostrando la historia que lo que cambia son las formas, pero no el concepto.


En fin, hasta aquí esta parte del Trabajo de Fin de Grado de la doctora (como médico que es ya) Laura Guerrero Vázquez. Para ella, con mi felicitación, una canción sobre su querida Sevilla que espero que le guste.


Una limosna por favor

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Los habituales de este blog, sobre todo los que ya llevan tiempo siéndolo, saben que de vez en cuando nos gusta jugar con las imágenes para encontrar su origen y significado; o dicho de modo más concreto: viendo el detalle de una pintura, averiguar el cuadro al que pertenece y lo que representa.

En estos casos, las respuestas acertadas no se publican hasta que pasen tres o cuatro días (siempre hay quien acierta enseguida) para dar opción a participar a más personas; aunque sí iré anunciando, sin demora, quienes han dado las respuestas correctas. Cualquier otro comentario sobre el tema sí será publicado.

Esta vez creo que es muy fácil. Lamento no haber conseguido una imagen de mayor resolución; pero me parece que es suficiente para los sagaces lectores del blog. Aquí está:

junio

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Quedo a la espera de sus respuestas. ;)


La capa de San Martín y el mendigo leproso.

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Nacido el año 316 en Sabaria, en la Panonia romana (en la actual Hungría), hijo de un tribuno militar, y fallecido en la bella localidad gala de Candes, situada en la confluencia de los ríos Vienne y Loira, tras medio siglo de vida religiosa y casi treinta de obispo de Tours, San Martín es un santo muy popular, en gran parte por la historia que nos lo muestra a las puertas de Amiens, cuando todavía era un militar -dicen que de la Guardia Imperial- y un mendigo harapiento, prácticamente desnudo, le pidió limosna. Como no tenía otra cosa que darle, partió su clámide en dos. Una mitad se la dio al mendigo. La otra la conservó, porque la capa era propiedad del ejército romano… y él fue siempre fiel cumplidor de sus deberes militares.

Así describe la escena también, con sus pinceles, un discípulo o seguidor del pintor alemán/suizo Konrad Witz, para un retablo de la iglesia de Sierentz en Alsacia; aunque la tabla se encuentra hoy en el Museo de Arte de Basilea.

Discípulo o seguidor de Konrad Witz. Escuela suiza.

Discípulo o seguidor de Konrad Witz. Escuela suiza. “San Martín cortando su capa” (c.1450). Museo de Arte de Basilea.

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La pintura, igual que tantas otras obras de arte de la época, tiene una función esencialmente didáctica. Como se puede advertir en el cuadro, la composición de la línea vertical integrada por el mendigo, San Martín y la escultura apoyada sobre la columna que representa la divinidad, marca el ritmo de mensaje que se quiere contar. La idea predominante durante la Edad Media, y durante mucho tiempo después, era que la curación de la enfermedad se debía a un acto divino aunque habitualmente a través de la mediación de algún santo misericordioso. Al mismo tiempo, en este caso, por ejemplo, la acción generosa y humanitaria realizada por el santo hacia el pobre necesitado sería la otra gran enseñanza moral que se debía mostrar a los fieles. La escena de San Martín cortando su capa para compartirla con el mendigo se reprodujo en multitud de ocasiones. En la mayoría, el mendigo aparece casi desnudo, vestido tan sólo con unos escasos harapos, y habitualmente con vendajes en distintas partes del cuerpo que muestran la enfermedad, tan asociada a la pobreza. Pero esta tabla del anónimo pintor suizo tiene para nosotros un valor muy especial porque, de acuerdo con Alberto Ortiz, nos muestra un caso muy posible de una enfermedad especialmente simbólica: la lepra.

“En el cuerpo del mendigo, que dirige su mirada hacia San Martín, -explica Ortiz– se pueden ver diversas lesiones y deformaciones que constituyen un cuadro clínico compatible con una lepra lepromatosa. Como es sabido, esta enfermedad está producida por la bacteria Mycobacterium leprae y la infección que genera se transmite mediante gotas de secreciones nasales infectadas y contacto de la piel, principalmente. De las muchas manifestaciones clínicas de esta enfermedad, una de las más características es la formación de lesiones pigmentadas, grandes, deformantes y destructivas. También hay afectación nerviosa a nivel periférico, con la posible anestesia local que vuelve al paciente susceptible a un traumatismo secundario y las consiguientes infecciones bacterianas. En la lepra lepromatosa las alteraciones cutáneas son muy numerosas, algo que se puede apreciar en la imagen, y suelen presentar [distintas] morfologías: pápulas, ulceraciones, máculas, nódulos, etc.”

Detalle del cuadro anterior, que muestra al mendigo, posiblemente, afectado por la lepra.

Detalle del cuadro anterior, que muestra al mendigo, posiblemente, afectado por lepra lepromatosa

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En la pintura se pueden observar, también, otras manifestaciones de la lepra lepromatosa como la poliartritis y la neuritis periférica dolorosa con caída del pie, o la afección del nervio cubital con una deformación de la mano en forma de “garra”, es decir, con dificultad para estirar los dedos o, incluso, la imposibilidad de hacerlo. Sin embargo, la “facies leonina” (tan característica de esta enfermedad), la presencia de lóbulos engrosado en la oreja, o la destrucción del cartílago nasal, signos frecuentes de lepra lepromatosa, no se aprecian de forma evidente en el retrato del mendigo.


Hace 25 años… Los Tres Tenores y la leucemia

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Hace 25 años, concretamente el 7 de julio de 1990, coincidiendo con la final del Campeonato Mundial de Futbol en Italia, y en el impresionante marco de las Termas de Caracalla, se reunieron por primera vez Plácido Domingo, Josep Carreras y Luciano Pavarotti, bajo la dirección de Zubin Metha, para el nacimiento de lo que -a pesar de las críticas de los más puristas- ha sido el mayor éxito (y no sólo comercial) de la música clásica: Los Tres Tenores.

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Pero quizás no sepas que aquel primer concierto se celebró con objeto de recaudar fondos para la Fundación Josep Carreras contra la leucemia; al mismo tiempo que sus amigos del mundo de la ópera le daban la bienvenida a Carreras después de haber vencido en su lucha contra esa enfermedad.

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Plácido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti, "Los 3 Tenores", con la dirección de Zubin Metha. Termas de Caracalla (Roma), 7 de julio de 1990

Plácido Domingo, José Carreras y Luciano Pavarotti, “Los 3 Tenores”, con la dirección de Zubin Metha. Termas de Caracalla (Roma), 7 de julio de 1990

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¡Música para la vida!


Sir Godfrey N. Hounsfield, EMI, la tomografía axial computarizada (TAC), los Beatles y mister Derek

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Disculpen el batiburrillo de nombres con el que he titulado esta entrada. No he sabido hacerlo de otra manera para expresar su contenido. Pero, vayamos por partes y, a lo mejor, soy capaz de explicar  la relación que tienen estos nombres entre sí.

Sir Godfrey Newbold Hounsfield nació en Sutton-on-Trent el 28 de agosto de 1919 y creció en una granja cerca de Newark, en el condado de Nothingamshire, en el centro de Inglaterra. Era el menor de cinco hermanos, y desde la infancia ya mostró un enorme interés por la electricidad y la mecánica, aplicando las habilidades que iba adquiriendo de forma autodidacta a la maquinaria y herramientas propias de la granja de su padre. En la adolescencia comenzó su pasión por el vuelo, con más de un intento de emular a los hermanos Wright. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial se alistó como reservista voluntario en la Royal Air Force (RAF), donde se hizo experto en electrónica y radares. Concluída la guerra y gracias a la RAF amplió su formación reglada en el Faraday House Electrical Engineerig College, de Londres.

Sir Godfrey N. Hounsfield (1919-2004)

Sir Godfrey N. Hounsfield (1919-2004)

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En 1951 Hounsfield empezó a trabajar para la Electric and Musical Industries Ltd. (EMI). La compañía, conocida sobre todo por ser una de las principales productoras  musicales, tenía también otras actividades y Hounsfield, que en seguida, con su inquietud característica, había empezado a investigar en el naciente mundo de la informática, siendo jefe de la división de investigación médica de la compañía, desarrolló para EMI lo que sería la mayor revolución en el campo del diagnóstico por la imagen desde que Röntgen descubriera los rayos X: la tomografía axial computarizada (TAC). Los primeros estudios clínicos se publicaron en 1972, al tiempo que empezaban a funcionar los primeros cinco escáneres de EMI creados por Hounsfield: tres en el Reino Unido y dos en los Estados Unidos de América. El éxito fue arrollador, y en los años siguientes la compañía fabricó una gran cantidad de aparatos que fueron distribuidos por todo el mundo. En 1979 Hounsfield recibió el premio Nobel de Medicina.

En su discurso, durante la ceremonia de entrega de premios de aquel año, el Profesor Torgny Greitz, del Karolinska Institutet, entre otras cosas dijo:

“Hounsfield es indiscutiblemente la figura central en la tomografía computarizada. Trabajando independientemente de Cormack, desarrolló su propio método y construyó el primer tomógrafo computarizado de uso clínico – el escáner EMI, con el cual se pudieron hacer los primeros exámenes de la cabeza.

La publicación de los primeros resultados clínicos en la primavera de 1972 asombraron al mundo. Hasta entonces, los estudios radiológicos convencionales de la cabeza mostraban los huesos del cráneo, pero el cerebro permanecía como una indiferenciada neblina gris. Ahora, de repente, la niebla se ha disipado.”

Sir Godfrey N. Hounsfield no era médico, ni siquiera tenía un título universitario. Digo esto no en detrimento de su figura, sino todo lo contrario. Era un técnico, un inventor, un hombre apasionado por su profesión, entregado a ella por completo; y dotado de una curiosidad inagotable, que no le abandonaba ni cuando se dedicaba a una de sus distracciones preferidas fuera del trabajo, sus largos paseos por el campo que le entusiasmaban -posiblemente- desde que era un niño en la granja. Y así fue hasta su muerte, el 12 de agosto de 2004, pocos días antes de cumplir los ochenta y cinco años. Pero sirva también esta ocasión para comentar cuánto le debe el avance de la medicina, en la actualidad, a los profesionales de otras disciplinas: ingenieros, físicos, biólogos, bioquímicos, matemáticos, informáticos… Para todos ellos: mi sincero agradecimiento.

Sin embargo, en este caso, ese agradecimiento debe hacerse extensivo a otros profesionales insospechados: los músicos. En concreto a The Beatles. Es un hecho conocido que la principal fuente de ingresos de EMI durante los años sesenta del siglo pasado provenían de la banda de Liverpool. No es extraño, por tanto, que ese dinero ayudara a financiar las investigaciones de Hounsfield y la creación de la TAC.

Yo conocí a The Beatles a principios de la década siguiente. Precisamente poco después de que el cuarteto se separara. Empezaba, entonces, a estudiar su lengua en el Colegio La Salle, de Jerez. No tenía la menor idea de la importancia que ese idioma tendría para mi en el futuro; pero, afortunadamente, me gustaba estudiarlo. Al profesor de inglés le llamábamos Mr. Derek. Tenía una costumbre muy peculiar: acudía a los exámenes con su inseparable magnetofón, y hacía coincidir la duración de cada pregunta con la de las canciones de sus compatriotas. No sé si hoy podría hacerlo, pero entonces era capaz de escuchar las canciones y responder correctamente a las preguntas. Recuerdo perfectamente la primera canción que oí…

Referencias

BOSCH O., E. (2004): “Sir Godfrey Newbold Hounsfield y la tomografía computada, su contribución a la medicina moderna”. Rev. Chil. Radiol., 10, 4: 183-185. [Disponible en: http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=s0717-93082004000400007&script=sci_arttext; consultado 26 de jilio de 2015].

GREITZ, T. (1979): “Award Ceremony Speech”. Nobelprize.org. [Disponible en: http://nobelprize.org/nobel_prizes/medicine/laureates/1979/presentation-speech.html; consultado el 26 de julio de 2015].

HOUNSFIELD, G. N. (1979): “Autobiography”. Nobelprize.org. [Disponible en: http://nobelprize.org/nobel_prizes/medicine/laureates/1979/hounsfield-autobio.html; consultado el 26 de julio de 2015].

ISHERWOOD, I. (2005): “Sir Godfrey Hounsfield”. Radiology, 234, 3: 975-976. [Disponible en: http://radiology.rsna.org/content/234/3/975.full; consultado el 26 de julio de 2015].


El “Mal de Amor”: De los pintores holandeses del siglo XVII a los españoles de finales del siglo XIX y principios del XX

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Tras más de dos meses sin poder detenerme como quisiera en este blog me encuentro, al regresar, con la amable referencia que el autor de los extraordinarios euclides59 y Encontrando la lentitud y el Mar… le dedica a nuestro Siguiendo a Letamendi -la cual agradezco sinceramente- con motivo de una entrada suya sobre La dama anémica y otras obras de Samuel van Hoogstraten. Al hilo de la publicación de nuestro querido amigo, aunque sin intención de profundizar en el tema, sí quiero apuntar algunas notas sobre lo que se ha llamado el “mal de amor” o “mal de amores”.

Como dice el Profesor José Manuel Reverte Coma, a quien seguimos fundamentalmente en esta publicación:

“Una curiosa epidemia tuvo lugar a mediados del siglo XVII que afectaba solamente a las mujeres, especialmente a las jóvenes y bellas: el “mal de amor”. Al parecer, los tratamientos habituales de la época usados por los médicos no surtían ningún efecto. Las mejores noticias de este mal han llegado hasta nuestros días, a través de las obras de los más famosos pintores de la época, especialmente de Holanda y Flandes, donde al parecer atacó este mal con la mayor intensidad. La escuela de Frans Hals y de Rembrandt, formada por Gerard Dow, Van Hoogstraten, Metzu,Van Mieris, Netscher, Ten Borch, Juan Stegu y otros fueron los que más se dedicaron a reflejar en sus telas el aspecto físico y psíquico de aquellas jóvenes enfermas.”

Evidentemente, el tema tuvo gran aceptación entre los burgueses del Siglo de Oro holandés. Sólo de Jan Havicksz Steen se conocen una veintena de versiones entre las cuales, algunas de las más conocidas son las siguientes:

Jan Havicksz Steen (1626-1679).

Jan Havicksz Steen (1626-1679). “La visita del médico” (1658-1662). Óleo sobre tabla. Wellington Museum. Apsley House. Londres

Jan Havicksz Steen (1626-1679).

Jan Havicksz Steen (1626-1679). “La enferma de amor” (c.1660). Óleo sobre lienzo. 61 x 52 cm. Alte Pinakotek. Munich

Jan Havicksz Steen (1626-1679).

Jan Havicksz Steen (1626-1679). “La joven enferma” (c.1660-1662). Maurithuis. La Haya

Jan Havicksz Steen (1626-1679).

Jan Havicksz Steen (1626-1679). “La visita del doctor” (c.1660-1662). Maurithuis. La Haya

Jan Havicksz Steen (1626-1679).

Jan Havicksz Steen (1626-1679). “La visita del médico” (c.1660-1665). Óleo sobre lienzo. 46 x 36.8 cm. Museo de Arte de Filadelfia

Jan Havicksz Steen (1626-1679).

Jan Havicksz Steen (1626-1679). “La mujer enferma” (c.1663-c.1666). Óleo sobre lienzo. 76 x 63,5 cm. Rijksmuseum. Amsterdam

“Los cuadros de Jan Steen -apunta el Profesor Reverte Coma– recogen en imágenes la sintomatología polimorfa, variada, pero siempre constante de esta enfermedad, el mal de amor. Languidez, tristeza, ganas frecuentes de llorar, palidez del semblante y de los labios, dolores de cabeza, desgana de hacer nada excepto pasarse el tiempo tendida en un diván, un lecho o una butaca con almohadas en posiciones que variaban desde recostar la cabeza a cambiar de postura continuamente.” Pero en ellos hay también mucho de ironía, de ese peculiar sentido del humor del pintor -que puede llegar a ser irreverente- de esa forma jocosa -tan suya- de entender la vida.

El cuadro más conocido sobre el “mal de amor” de Gabriël Metsu, otro de los grandes pintores del Siglo de Oro holandés se encuentra en el Hermitage de San Petersburgo.

Gabriël Metsu (1629-1667).

Gabriël Metsu (1629-1667). “La visita del médico” (c.1660-1667). Óleo sobre lienzo. 61,5 x 47,5 cm. Hermitage. San Petersburgo.

En esta pintura de Metsu vemos a los tres personajes característicos y fundamentales del género. El médico, vestido de forma elegante pero discreta que -en esta ocasión, como en otras muchas- estudia atentamente un frasco con la orina de la paciente. La uroscopia, junto a la medida del pulso, eran las técnicas diagnósticas principales de la época. Una señora mayor que mira atentamente lo que está haciendo al médico pero, aquí, a cierta distancia de él, sin comentarle nada. Y la paciente: pálida, triste, lánguida… Pero Metsu trata el tema modo más formal -más serio se puede decir- que su paisano y contempóraneo Steen.

Existe un cuadro de Gabriël Metsu en el que no aparece la figura del médico sino sólo la paciente y su anciana acompañante que nos ofrece una imagen bastante más penosa que todas las que hemos visto antes.

Gabriël Metsu (1629-1667).

Gabriël Metsu (1629-1667). “La joven enferma” (1659). Óleo sobre tabla. 30 x 26 cm. Gemäldegalerie. Berlín

Aunque el cuadro más conocido de Gabriël Metsu -al menos en lo que a sus obras de interés médico se refiere- un cuadro que no me resisto a insertar aquí, a pesar de no tratar sobre el tema que nos ocupa, es La niña enferma (otros lo llaman El niño enfermo, porque no está claro el género de la criatura). Un cuadro que merece un estudio aparte.

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Gabriël Metsu (1629-1667). “La niña enferma” (c.1664-1666). Óleo sobre lienzo. 32,2 x 27,2 cm. Rijksmuseum, Amsterdam

Según Reverte Coma:

“El ‘mal de amor’ existe y ha existido en todo tiempo y en todos los países. El mal es físico y psíquico. A la inapetencia por los alimentos se añadía una desgana por la vida. A la enferma le faltaba la alegría de vivir, de cantar, de trajinar en la casa, de hacer y emprender cualquier tarea por pequeña que fuese. La paciente se dejaba morir poco a poco.”

Nos habla también el célebre antropólogo del francés François Boissier de Sauvages de Lacroix, conocido como “el médico del amor”; aunque fue un gran botánico, clínico eminente y gran profesor, amigo de Boerhaave y de Linneo:

“En 1724, François Boissier de Sauvages, presentó su tesis doctoral titulada: ‘Disertatio medica atque ludrica de amore…‘ en la que alterna las opiniones sobre el amor de los antiguos poetas con notables consideraciones científicas. Henry Meige le ha considerado como precursor de los psicólogos modernos con su concepto de ‘mal de amor’. Identificaba esta afección con una serie de trastornos psicofisiológicos que constituían entre sí un verdadero síndrome, una afección mórbida en la que estudia su etiología, sintomatología, complicaciones, patogenia, diagnóstico y terapéutica.

Definía el amor desde un punto de vista patológico como ‘enfermedad que se presenta entre los jóvenes de ambos sexos, con delirio en relación con el objeto amado y un vivo deseo de unión íntima honesta’. Consideraba ese ‘delirio’ como una forma psicopática especial, en la que existen una serie de síntomas psíquicos y otros físicos.

En cuanto al ‘mal de amor’ es descrito así por Boissier de Sauvages: ‘Estado de febrícula variable o continua que se manifiesta con palidez, inapetencia, melancolía y deseo de soledad. Se le llama fiebre blanca a causa del color de los enfermos, fiebre amorosa o fiebre de las jóvenes porque afecta sobre todo a las jóvenes enamoradas y se acompaña de palpitaciones, síncopes, etc.’.

Con frecuencia, el mal de amor se ha identificado con otra entidad nosológica, la clorosis. Y, al respecto, Reverte Coma explica:

“En escritos antiguos ya se habla de una febris amatoria o icterus amantium como enfermedad producida generalmente por el amor contrariado. A veces las enfermedades son las mismas pero los nombres y su sintomatología varía con los tiempos.
Más tarde Sauvages hablará de una ‘clorosis por amor’. Estos conceptos se encuentran ya en Hipócrates. La febris amatoria de los antiguos atribuye los síntomas en su mayor parte a trastornos del aparato genital. La retención de sangre en la matriz, los trastornos menstruales, la coloración verdosa de los tegumentos y los demás síntomas son parte de la misma enfermedad.
Hipócrates y Galeno ya hablaban de ellos. Ambroise Paré lo creía a pie juntillas. Meige cita a autores como Varandal, Lafare Rivière, Sennert y otros que atribuían la patogenia de la clorosis a trastornos menstruales. Durante los sigls XVII y XVIII otros nombres aparecen para definir la clorosis: ‘color pálido’, ‘enfermedad virginal’. Avicena ya había mencionado la obstructio virginum y Arquígenes a la febris alba, ‘tristeza amorosa’ o ‘pasión contrariada’.
Otros autores se contentan con llamar a la enfermedad ‘melancolía’, que se caracteriza por ‘ensueños acompañados de tristeza’ y que atribuían a ‘perversión de los espíritus animales’, a vapores que se desprendían de todo el cuerpo, del corazón, de los hipocondrios o de la matriz. La melancolía hipocondriaca y la ‘melancolía de amor’ tenían como fundamento una pasión desmedida por el objeto amado. Se hablaba también de una ‘melancolía uterina’ que se atribuía a la obstrucción de los vasos sanguíneos periuterinos lo que provocaba la suspensión de la regla. Su grado máximo era la ‘sofocación uterina’, que se atribuía a la corrupción de la sangre menstrual lo que producía vapores malignos que invadían todo el cuerpo.
Hopócrates describió estos signos como parte de lo que en siglos posteriores se llamaría histeria, de histeros, útero. La palidez y la neurosis estaban asociadas. Sydenham consideraba a la clorosis como una especie de histeria.
Meige señala que Jean Varandal fué el ‘padrino’ de la clorosis. Decía en una de sus obras:
‘Hay una enfermedad propia del temperamento femenino, que es más húmedo y más frío que el de los hombres, y es la que actualmente vemos desarrollarse en estas regiones de una forma casi endémica o epidémica, especialmente en las jóvenes más nobles y bellas, en las viudas u otras que viven en la abstinencia de todo trato sexual. Se la califica con el nombre de fiebre de amor o enfermedad virginal. Nosotros la llamamos ‘clorosis’ como Hopócrates”.
[…]
El síntoma más aparente era la palidez casi lechosa de la piel de la enferma. Los alemanes llamaban a esta enfermedad “milchfarbe” (color de leche) y era un color algo así como el de la cera vieja, un color y aspecto céreo, casi transparente, a veces verdoso. Ese tono fué muy bien captado por Samuel van Hoogstraten en sus lienzos, pero en realidad sólo se presenta con esta intensidad en los casos más severos. Por ello a esta fase de la enfermedad se la llamaba ‘morbus viridis‘. En Inglaterra se llamaba ‘green sickness‘.”

Samuel Dirksz van Hoogstraten (1627–1678).

Samuel Dirksz van Hoogstraten (1627–1678). “La visita médica” o “La dama anémica” (c. 1660). Óleo sobre lienzo 69,5 x 55 cm. Rijksmuseum. Amsterdam


“Un hecho notable -sigue explicando Reverte Coma– era que las enfermas de ‘mal de amor’, a pesar de su extremada palidez, nunca se adelgazaban, al contrario, parecían estar turgentes. Nunca se las veía emaciadas, sino con un turgor vitalis o lymphaticus, edematosas, lo que daba la sensación de que tenían un buen revestimiento adiposo.
En el cuello, los ‘collares de Venus’ se acentuaban aumentando debido a una hiperplasia tiroidea que era casi constante. En las extremidades había edemas verdaderos, los llamados edemas cloróticos. Sus rostros daban la sensación de máscaras de alabastro con una expresión muy particular en los ojos, con la esclerótica azulada y las ojeras muy marcadas. Los ojos tenían una expresión de languidez y de tristeza muy peculiar.
La paciente suspiraba y lloraba con frecuencia, se apartaba de la sociedad de los demás con signos de melancolía que llegaba en ocasiones a la alienación mental. Gran apatía y desgana por todo trabajo intelectual o físico, ansiedad, tristeza, depresión y una laxitud que parecía paralizar a estas víctimas de ‘mal de amor’.
Los pintores flamencos nos han dejado muy claramente expresado el hecho de cómo buscaban con almohadas una postura de reposo que nunca encontraban. Las enfermas no hablaban, parecían estar pasmadas, no hacían caso de lo que se les decía, parecía como si no entendiesen lo que oían. Eran frecuentes las lipotimias, desvanecimientos por anemia cerebral, síntoma inseparable de la clorosis.
Los trastornos cardiovasculares eran otro signo constante, caracterizados por palpitaciones que se presentaban por accesos y que las dejaban sin aliento. Bouillaud señalaba que el corazón latía en completa anarquía, presentado una verdadera ‘locura cordis’, que se acompañaba de disnea o anélitos. La enferma, al sentir estas molestias, llevaba la mano al pecho como queriendo sostener el corazón que parecía querer escapar al exterior.
Esta agitación del corazón se transmitía a todo el sistema vascular, lo que notaban en el pulso que se aceleraba, aumentando notablemente su frecuencia.
Meige que estudió con detalle este síndrome decía que ‘la emoción amorosa se traducía por trastornos cardiovasculares y fenómenos vasomotores”.
Las cefaleas eran frecuentes, así como las neuralgias de localizaciones muy diversas, pero sobre todo, las migrañas. En algunos cuadros de la época se puede ver cómo la paciente tiene un emplasto aplicado sobre la cabeza, las sienes o la frente, lo que constituía el remedio universal en estos casos.
Los dolores de muelas eran también frecuentes. En España tenemos un refrán que hace referencia a esta relación entre dolor de muelas y amor: ‘dolor de muelas, mal de amores’. En estos casos se usaban los emplastos de mástic.
Los trastornos digestivos eran constantes: anorexia, inapetencia. También se presentaba perversión del apetito, la llamada ‘pica’ o ‘malacia’, con especial predilección por las bebidas ácidas, el limón especialmente. El organismo, sabiamente, pedía lo que le faltaba, vitamina C.
Trastornos del aparato genital, trastornos menstruales eran constantes.
En cuanto al tratamiento, decía Sauvages, que hay ciertas plantas cuya virtud es funesta al amor, como la ruda (Ruta graveolens) que se utilizó mucho y aún se usa en muchas partes de Europa y América contra las crisis de histeria así como abortivo peligroso y el alcanfor (Laurus camphora) utilizado como cardiocinético. A pesar de ello, creía Sauvages que ‘el amor se cura con hierbas’ (Amor est curabilis herbis).
Como tratamiento prescribía ‘un régimen sobrio y refrescante de lacticinios, tisana de cebada, raíces de nenúfar, semillas de Agnus castus, ejercicios corporales, distracciones sanas y viajes’. Prohibía todo cuanto podía agravar el mal, tal como las carnes, los vinos generosos, los alimentos con especias.
Pero, el mejor remedio era… el matrimonio. Como dice el aforismo hipocrático “Nubat illa et malum effugiet“. El matrimonio y sobre todo, el embarazo, que ejercía una influencia muy beneficiosa en las clorosis.
Meige menciona el párrafo de Molière en su obra teatral Le Médecin malgré lui que dice en el acto segundo: ‘Todos estos médicos no harán nada mejor que el agua clara y vuestra hija necesita algo mejor que el ruibarbo o el sen y es que un marido será el mejor emplasto que cure todos los males de esta joven’. Probablemente por estas razones se llamó a la clorosis ‘santa enfermedad’ porque se presentaba solamente en las vírgenes. Era más frecuente en los países húmedos y fríos como es el caso de los Países Bajos.
Otro signo de clorosis era la constipación o estreñimiento. En aquella época se usaban los clísteres que estaban en su apogeo como terapéutica y los laxantes. Y como de costumbre se sangraba a las pobres pacientes, lo que por regla general empeoraba el mal, empobreciéndolas más en glóbulos rojos, bien escasos ya en las clorosis con anemia ferropénica. Además el médico inspeccionaba de visu et odoratu el aspecto de los humores que salían de la enferma.”

No es de extrañar que don Gregorio Marañón dedicara también su atención al estudio de la clorosis. Decía el gran maestro:

“La clorosis es un ejemplo único en la Historia de la Medicina; el de una enfermedad de inmensa extensión, no sólo entre los médicos, sino entre el vulgo, que de repente, desaparece casi en absoluto. Y no fue una extinción porque se haya llevado a cabo una lucha específica contra ella, como ha ocurrido con la viruela, la fiebre amarilla u otras. La clorosis ha desaparecido ‘mágicamente’.”

Precisamente a Marañón se refiere el Profesor Reverte Coma en el final este artículo suyo que venimos transcribiendo, y apunta:

“Seguía diciendo Marañón: ‘Esta enfermedad ha figurado en millones de diagnósticos de los médicos clásicos. Ha influido mucho en la vida de la mujer -y por tanto del hombre- durante varios siglos, ha enriquecido a tantos farmacéuticos y propietarios de aguas minerales, ha hecho exhalar tantos suspiros a tantos jóvenes enamorados y movido la inspiración de poetas… ¿pero, ha existido realmente?’

Citada ya por Hipócrates, ‘será en el siglo XVII cuando Varandal o Varandaeus, de Montpellier, la bautiza en 1620 con el nombre de clorosis’. Todos los libros de Patología han dedicado muchas páginas a esta enfermedad que se presenta en las jóvenes vírgenes y que desaparece al casarse o madurar.

Sin embargo, la civilización moderna terminó con la enfermedad. Los grandes clínicos del siglo XX están de acuerdo en afirmar que ya no se encuentran casos de esta enfermedad, y que para enterarse de lo que era hay que buscar en los libros antiguos. Todavía se veían casos en la primera decena del siglo XX. Marañón, Pittaluga y otros hematólogos, encontraron esta enfermedad diagnosticada muchas veces a través de anemias hipocrómicas asociadas con trastornos menstruales. Sin embargo, no tenían todas las características descritas por los clásicos, por lo que comenzaron a llamarla ‘pseudoclorosis’. Posteriormente, cuando los medios de diagnóstico mejoraron, los diagnósticos fueron más precisos, haciéndose aparentes diversas infecciones latentes que actuaban sobre el sistema hematopoyético, especialmente sobre el metabolismo de la hemoglobina. Ejemplo de esto fué la tuberculosis. Así es muy probable que muchas de las enfermedades calificadas de cloróticas fuesen tuberculosis con sus febrículas vespertinas que eran diagnosticadas de ‘fiebres cloróticas’ por Wunderlich, al decir de Marañón. Se hablaba incluso de una ‘tos clorótica’ que no era más que la tos de los tuberculosos, todo lo cual se acompañaba de síntomas neurovegetativos. Estudios minuciosos demostraron que la tuberculosis afectaba con mucha frecuencia al aparato genital, especialmente a los ovarios.

Marañón cita una experiencia dolorosa de los comienzos de su vida profesional en relación con esta enfermedad: ‘Yo no podré olvidar nunca, dice, el caso de una muchacha de l6 años, hermana de un compañero de estudios, a la que vi apenas terminados aquéllos, con el entusiasmo de las primeras experiencias profesionales. Estaba anémica, con el tono alabastrino típico. Su menstruación era escasa. Apenas tosía un poco. Entonces, todavía no se hacía el examen radioscópico sistemático del tórax, que seguramente nos hubiera descubierto lesiones que no denunciaba la exploración clínica a nuestro oído aún poco experto. Tenía una anemia hipocrómica que decidió nuestro diagnóstico de clorosis. Pocos meses después, esta clorótica, llena de interés y de belleza, moría de una granulia. En el pesar que me produjo este fracaso, está tal vez, el germen del estudio de hoy, hostil, creo que justamente a la clorosis’.

Otras muchas cloróticas encerraban focos de croniosepticemia (en amígdalas, oídos, dientes, sinusitis), de endocrinopatías (insuficiencias ováricas o disfunciones ováricas de diversos grados) muy relacionadas con la anemia hipocrómica.

Marañón relaciona la frialdad de las manos de las cloróticas descritas por los médicos de su tiempo con la mano hipogenital o acrocianosis.

También las afecciones del tiroides podían ocasionar sintomatología clorótica por su relación con el metabolismo de la hemoglobina, como las alteraciones de las cápsulas suprarrenales (hipofunciones corticales), que se acompañan de pigmentaciones anormales, discromías. Por supuesto, la alimentación deficiente o incorrecta podía ocasionar alteraciones cloróticas.

Por todo lo expuesto, Marañón negaba a la clorosis la calidad de entidad nosológica que durante siglos se le dio. Para él no existió nunca la ‘clorosis verdadera’ a pesar de lo que habían dicho [notables autores]. ‘La clorosis, dice tajantemente Marañón, fué una verdadera invención literaria, netamente romántica, un ente fantástico en la Patología’. De febris amativa morían Raquel y la Julia de Lamartine, la Mimí de La Bohème. La palidez de la mujer se interpretaba como virginidad que volvía locos de amor a los hombres.

Recuerda Marañón la comedia de Lope de Vega, El acero de Madrid y la canción en la que se repite aquello de: ‘Niña del color quebrado, o tienes amor o comes barro’. Las jóvenes cloróticas acudían por las mañanas a beber de la fuente ferruginosa de la Casa de Campo de Madrid.

Así, la clorosis y su origen o consecuencia podemos hoy incluirlos en la mitología de la Patología Médica, entre los objetos de Museo.

Y eso a pesar de que haya sido motivo de inspiración para tantos poetas y especialmente pintores que reflejaron en sus lienzos, no las enfermas de ‘mal de amor’ sino a las tuberculosas de su tiempo que también tuvieron derecho a enamorarse de amores imposibles. A pesar de todo todavía existe el ‘mal de amor’. Como se dice de las brujas en Galicia, ‘haberlo, haylo’.

Existió o -como apunta el sabio Marañón– no existió el mal de amor y fue sólo una invención literaria que representaron los pintores con gran éxito de ventas… Lo cierto, es que a finales del siglo XIX, en esta España nuestra, Vicente Palmaroli pinta el mal de amor pero sustituyendo al médico por el fraile. Un fraile, eso sí, que en un alarde de intrusismo profesional toma el pulso a la joven enferma.

Vicente Palmaroli (1834-1896).

Vicente Palmaroli (1834-1896). “Mal de Amores” (1878). Colección Particular

Algunos años más tarde, ya a principios del siglo XX, en 1912, el maestro Francisco Pradilla todavía trata sobre el tema; pero esta vez no es médico ni fraile quien se acerca para sanar a la muchacha enferma, sino un joven músico con su theorbo… Acertada elección del ilustre pintor aragonés: porque es incuestionable el efecto curativo de la música. 

Francisco Pradilla (1848-1921).

Francisco Pradilla (1848-1921). “Mal de Amores” (1912). Óleo sobre lienzo. 265 x 160 cm. Colección particular

A propósito de la música, mientras redactaba esta entrada escuchaba yo la canción de Gianni Bella, la famosa De amor ya no se muere, también en la versión de Sergio Dalma. Pero sobre todo, escuchaba una y otra vez el precioso madrigal Si dòlce è’el tormento, de Claudio Monteverdi (no dejen de ver el estupendo post que le dedica José Luis en su blog Ancha es mi casa), un madrigal que -como apunta nuestra amiga Hesperetusa– “lleva en sus palabras todos los temas del amor cortés de cinco siglos atrás”. Lo inserto a continuación en la peculiar y prodigiosa voz de Philippe Jaroussky.

Enlaces de interés

Gonzalez-Crussi F. (2015) : “Lovesickness in art and medicine“. Hektoen International, 7(3).

Reverte Coma, J. M. (s.f.): “El mal de amor”.



Vital Aza y el “Coro de doctores” de la zarzuela “El rey que rabió”

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Famoso en su tiempo y prácticamente olvidado hoy, Vital Aza y Álvarez Buylla nació en Pola de Lena (Asturias) el 28 de abril de 1851. Realizó los estudios medios primero en Gijón (delineante) y después en Oviedo (bachillerato); llegando a trabajar, muy joven, como técnico en la construcción del ferrocarril, en el tramo de Oviedo a Gijón. Años después escribiría:

“Casi a palmos estudié
el ferrocarril de Oviedo,
¡y jamás olvidaré
los diez meses que pasé
sobre el túnel de Robledo!”

Porque no fue su labor en la construcción del ferrocarril asturiano la que le otorgó fama, precisamente, sino sus trabajos literarios, tanto en la prensa escrita como autor de letras de zarzuelas, dramaturgo y poeta, con textos que se caracterizan por su peculiar sentido del humor. Pero -y esa es la razón fundamental para que le recordemos aquí- Vital Aza fue médico, licenciado en medicina, aunque nunca ejerció la profesión… Por eso decía:

“¡Hoy soy todo un licenciado,
y juro que no he matado
un solo enfermo siquiera!”

Su vocación literaria se inició tempranamente, en los tiempos de estudiante en Gijón y Oviedo; y continuaría cuando se trasladó a Madrid para estudiar medicina. Dejemos que sea su paisano, Jesús Neira Martínez quien nos hable de ello:

“A los veinte años se traslada a Madrid con el propósito de estudiar medicina. Pero en su mente no estaría sólo realizar una carrera académica sino ahondar en la vocación literaria que había iniciado en Asturias. Su meta soñada sería triunfar en Madrid porque esto significaba triunfar en España. Vital Aza se instala en Madrid en una casa de huéspedes, y comienza con entusiasmo sus estudios de medicina y sus colaboraciones en periódicos festivos. Su temperamento extrovertido, su carácter jovial, su humor, su bondad, y también su elevada estatura, le hicieron pronto popular en los ambientes en los que su vida se desenvolvía. Este es el retrato de Vital Aza visto por Rafael Comenge, compañero de pensión: ‘Él era, lo mismo que ahora, alto, altísimo, fornido, barbudo, inmenso; lleno de bondad, con un corazón de niño, alegre, cantor, digno y caballeresco. Por la mañana se lavaba, cantando los mejores trozos del repertorio bufo, único en boga entonces, y su hermosa voz de barítono hacía algunas fermatas algo románticas es verdad, pero que hubiesen causado envidia al mismo Lasalle por la limpieza y afinación con que se ejecutaban. Pedía el almuerzo en endecasílabos, y sostenía en romance la conversación horas y horas, sin esfuerzo ni violencia. Una desdicha tenía el secreto de hacerle llorar, y una mala acción le enfurecía de un modo terrible’.
Estando aún en el primer curso de medicina, adquirió cierta notoriedad con motivo de la visita a la capital del investigador y médico francés Lecanu. Vital Aza publicó unas quintillas en su honor. El investigador francés las leyó, le gustaron y quiso conocer al autor. He aquí el relato que Vital hace de ese episodio en una entrevista concedida a Luis Gabaldón y publicada en Blanco y Negro el 8 de diciembre de 1894: ‘… Yo vivía entonces en la calle de las Tres Cruces en una casa de huéspedes donde pagaba diez reales el pupilaje, con vistas a todas partes. El día de la visita del doctor preparé mi cuarto con todo el aparato que su interesante argumento requería. Reuní todos los huesos que encontré, libros, papeles, un reloj de arena, una calavera; parecía que la sabiduría se hospedaba en mi cuarto por diez reales también. El doctor me cobró tal cariño, que a todo trance quiso llevarme a París y hacer de mí su discípulo predilecto. Consulté a mi familia. Pasó algún tiempo; yo vacilaba, el doctor tenía que volver; total, que me quedé en Madrid. Ya ve usted; si yo hubiera seguido los consejos del doctor, a estas horas estaría en París, quizás complicado en lo del suero antidiftérico, y no hubiera estrenado Chifladuras, ni mucho menos mi primera obra Basta de matemáticas.’
Vital Aza, que había iniciado con entusiasmo sus estudios de medicina (seguí mi nueva carrera / con decisión verdadera), la termina aunque no la ejerce […]. Al final la vocación literaria se había impuesto totalmente:

“A San Carlos asistía
de ardor y entusiasmo lleno,
y aunque el tiempo compartía
entre Galeno y Talía,
venció Talía a Galeno.”

Pero las experiencias de aquellos años quedan patentes en su obra. En ella hay una extensa galería de médicos y de estudiantes de medicina vistos con humor, con ironía suave. Burlarse de los médicos era en cierto modo burlarse de sí mismo, intentar bajar a los engreídos de su pedestal, tomar contacto con el suelo. No obstante, más allá de sus bromas, Vital Aza tuvo a lo largo de su vida gran fe en ellos y en las medicinas. Tenemos el testimonio fidedigno de su hija Carmen: ‘Pero lo curioso del caso está en la gran confianza que ellos le inspiraban. En cuanto sentía el más pequeño dolor, la más ligera dolencia, llamaba inmediatamente al médico, le escuchaba como a un oráculo y seguía sus instrucciones al pie de la letra. Y otro tanto ocurría con las medicinas de las que también se burlaba y en las que tenía verdadera fe. Todo ello a pesar de haber dicho que sólo creía en Dios y en el sulfato de quinina’.”

A lo largo de su vida, Vital Aza colaboró en diversas publicaciones, como Blanco y Negro, El Heraldo de Madrid, Madrid Cómico, Barcelona Cómica, y en otras muchas revistas, siempre con el “agudo gracejo” que le caracterizaba; pero, sobre todo, se le recuerda como autor teatral. En contra de lo que se cree, su producción teatral es extensa. Comprende 64 obras, de las cuales 34 son originales, 27 en colaboración, la mayoría de éstas con su amigo Miguel Ramos Carrión, y 3 arreglos. Amigos suyos fueron los también asturianos Armando Palacio Valdés y Leopoldo Alas “Clarín” (aunque, éste último, nacido en Zamora) entre otros muchos intelectuales con los que compartía conversación en las tertulias de Madrid. Fue, así mismo -hay que decirlo- el primer presidente de la Sociedad de Autores Españoles, en la que tiene su origen la actual SGAE (Sociedad General de Autores y Editores).

Vital Aza y Álvarez Buylla (1851-1912)

Vital Aza y Álvarez Buylla (1851-1912)

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El rey que rabió es una zarzuela cómica, en tres actos y siete cuadros, con letra de Miguel Ramos Carrión y Vital Aza y música del genial compositor Ruperto Chapí, estrenada en el Teatro de la Zarzuela, de Madrid, el 20 de abril de 1891. Para algunos, se trata de la mejor zarzuela española del siglo XIX. También hay quien dice que “… es la primera opereta creada en España, con cualidades similares a los más famosos títulos del género centroeuropeo.” Lo cierto es que la obra va ganando en interés a medida que se desarrolla la acción, y llegando al cuadro quinto, ya iniciado el tercer acto, nos encontramos con una pieza de tema médico. Me refiero -como apunta Fernando A. Navarro, en su Laboratorio del Lenguaje– “al archiconocido y comiquísimo ‘Coro de doctores‘, cuando los médicos de la corte deben examinar a un perro que supuestamente ha mordido al rey, para determinar si el perro pudiera estar rabioso.” En YouTube se pueden encontrar numerosas versiones de esta escena cómica pero, suele ser difícil entender la letra de tan “juicioso dictamen facultativo”; la cual, seguramente, se entiende mejor en esta versión “más seria”:

Aunque escrita la zarzuela junto a Ramos Carrión -como ya se ha dicho- la letra del “Coro de doctores” se atribuye habitualmente al “médico-escritor-humorista” Vital Aza. Y no me resisto a copiarla íntegramente a continuación:

Juzgando por los síntomas
que tiene el animal,
bien puede estar hidrófobo,
bien puede no lo estar,
y afirma el gran Hipócrates
que el perro en caso tal
suele ladrar muchísimo
o suele no ladrar.

Con la lengua fuera,
torva la mirada,
húmedo el hocico,
débiles las patas,
muy caído el rabo,
las orejas gachas…

Todos estos signos
pruebas son de rabia
pero al mismo tiempo
bien pueden probar
que el perro está cansado
de tanto andar.

Doctores sapientísimos
que yo he estudiado bien
son en sus obras clínicas
de nuestro parecer:

Fermentus virum rabicum
que in corpus canis est,
mortalis sont per accidens,
mortalis sont per se.

Para hacer la prueba
que es más necesaria,
agua le pusimos
en una jofaina
y él se fue gruñendo
sin probar el agua.

Todos estos signos
pruebas son de rabia,
pero al mismo tiempo
signos son, tal vez
de que el animalito
no tiene sed.

Y de esta opinión
nadie nos sacará:
¡El perro está rabioso
o no lo está!

Como literato, Vital Aza tenía conciencia de su propia valía y, en 1894, no se privaba de escribir:

“… Hoy vivo de lo que escribo,
y pues vivo como vivo,
no debo escribir muy mal.
¡No escribo mal, no señor!
¡Vaya si soy escritor!
Créanme ustedes a mí.
Hay ‘eximios’ por ahí
que escriben mucho peor.
Tengo gracia y humorismo…
Me dirán que esto es cinismo.
Lo será, no lo discuto;
pero no he de ser tan bruto
que hable yo mal de mí mismo.”

Aquel mismo año 1894 escribía…

“Soy de carácter jovial.
De salud estoy tal cual,
viviendo en un ten con ten.
Unas veces vamos bien
y otras veces vamos mal.”

Solía pasar los veranos en Mieres (Asturias), ciudad a la que quedó muy vinculado desde que, en 1882, contrajera matrimonio con Maximina Díaz Sampil. En Mieres está enterrado. Pero, por su delicada salud, pasó algunos de los últimos inviernos en Málaga, donde tuvo buenos amigos. Y Málaga le dedicó un teatro que lleva su nombre.

Finalmente, falleció en Madrid, el 13 de diciembre de 1912.

Su biógrafo, Neira Martínez, concluye uno de sus escritos sobre Vital Aza con estas palabras que no quiero dejar de reproducir:

“En realidad, Vital Aza en el teatro y la poesía practicó la medicina. Buscó la curación del espíritu por el humor, la gracia. La risa sana desdramatiza la vida, la suaviza, cumple una función purificadora: tonifica el cuerpo y levanta el espíritu.”

Cabe añadir que, si Vital Aza y Álvarez Buylla nunca ejerció la medicina práctica, sí que fue médico en ejercicio y de reconocido prestigio, su hijo; al que algunas páginas de Internet confunden torpemente con el padre.

Vital Aza y Díaz (1890-1961)

Vital Aza y Díaz (1890-1961)

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Vital Aza Díaz nació en el barrio de Oñón, en Mieres, el 16 de junio de 1890. Y, como apunta Pérez Peña:

“… Estudia medicina en San Carlos con gran aprovechamiento donde es alumno interno en 1909 y donde obtiene el Premio Extraordinario del Grado de Licenciatura el 19 de junio de 1913, tras un curriculum plagado de Matrículas de Honor. Doctor con Premio Extraordinario en 1914.
Poco tiempo después, el 29 de junio de 1914, es nombrado Auxiliar interino de Ginecología adscrito a la cátedra de Sebastián Recasens, donde permanecería hasta 1925 en que abandonó la docencia […] tal vez por haber fundado en 1919, una de las mejores clínicas privadas de España, el ‘Sanatorio Quirúrgico de Santa Alicia’.
Vital Aza Díaz, fue en nuestro país un destacado ginecólogo con ideas avanzadas en el campo de la fertilidad, sexualidad y atención a la embarazada. Cofundador de la revista Gynaecología, fue Presidente de la Sociedad Española de Obstetricia y Ginecología (1934), de la Asociación de Escritores Médicos y del “Club Rotario” de Madrid (1933).”

Cuando en 1934, Vital Aza Díaz ingresó en la Academia Nacional de Medicina, en la vacante -precisamente- de su maestro, el célebre ginecólogo Profesor Sebastián Recasens -según la crónica de ABC- el doctor Slócker, encargado del discurso de contestación, quiso también rendir homenaje al padre “… que en los éxitos obtenidos en la escena nunca olvidó su amor al título profesional, cuyos estudios hubo de seguir su hijo con tan brillantísimo resultado.”

Para terminar, que no quiero resultar cansino ni que Vital Aza se levante de su tumba para dedicar algunos de sus versos a mis escasas dotes literarias, permitaseme tan solo un breve apunte de mi historia personal alusivo al tema de hoy. En 1975, los alumnos del último año de bachillerato del Colegio La Salle, de Jerez, tuvimos la inocente osadía (por indicación del Hermano Director) de interpretar en el acto de fin de curso, el “Coro de doctores”, de El rey que rabió. No era época de teléfonos móviles ni cámaras digitales, así que no ha quedado testimonio gráfico conocido de lo que allí pasó. Las imágenes están en mi memoria. De los sonidos, sólo recuerdo el piano del Hermano José Luis intentando pautar aquel guirigay. Vestidos con túnicas y capas de penitente (de las que se usan en Semana Santa), convenientemente adornadas para la ocasión con papel charol y papel metalizado, y cubiertas las cabezas con birretes de cartulina, unos cuantos estudiantes de quince años -con más voluntad que arte- entonamos la canción. Hasta hubo uno que se disfrazó de perro y ladró y gruñó en los momentos oportunos, sin cobrar las dos pesetas que se pagaba por esta labor en el estreno de la obra. De los compañeros cuya participación recuerdo, dos se incorporaron al mundo laboral poco después, dos son químicos, dos abogados, uno ingeniero, otro maestro y cinco somos médicos porque “lo malo abunda”…

Bromas aparte, los componentes de aquel “coro de doctores” y algunos más seguimos viéndonos a menudo. Incluso quedamos cada año para comer el último sábado de noviembre. ¡Un fuerte abrazo a todos mis “viejos” compañeros de Colegio!


Beneficios cardiovasculares de la ópera

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La noticia no es nueva, pero hoy he vuelto a encontrarla buscando otras cosas y he querido compartirla aquí. Según estudios realizados por el Dr. Luciano Bernardi y sus colaboradores de la Universidad de Pavía (Italia), publicados en la revista Circulation, la música produce significativos beneficios significativos, entre otras cosas, para el sistema cardiovascular. Es decir, demuestran científicamente lo que ya se sabía: que la música es buena para el corazón.

Naturalmente, los investigadores italianos recomiendan las obras de Verdi, y especialmente algunos momentos musicales sublimes como “Va, pensiero, sur’ali dorate“, de Nabucco, y “Libiamo ne’lieti calici” de La Traviata, porque sus “…frases musicales de 10 segundos de duración, parecen sincronizar perfectamente con el ritmo cardiovascular natural”.

Giuseppe_Verdi_by_Giovanni_Boldini

Giuseppe Verdi retratado por Giovanni Boldini (1886). Galleria Nazionale d’Arte Moderna, Roma

Para quien no le guste la ópera queda el recurso del chocolate, mejor chocolate negro… Pero, de eso, ya hablaremos en otra ocasión.

En cambio, para quienes sí nos gusta la ópera inserto a continuación una de las piezas recomendadas por el Dr. Bernardi y colaboradores en una interpretación muy especial, la que ofreció el maestro Riccardo Muti, el 12 de marzo de 2011, en el Teatro dell’Opera de Roma, que no sé yo como le sentaría al corazón de Berlusconi, allí presente (aunque no se le vea en el vídeo).






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